Llama la atención, por tanto, el algodón del título de su última exposición, Piedra y algodón, hasta el 10 de mayo en la galería HG Contemporary de Madrid. En ella se reúne una selección de obras relativamente recientes, de 2013 a 2017 (lo son en un artista que, como dice, tarda tres o cuatro años desde que moldea una maqueta en escayola hasta que la esculpe en piedra y otros tres o cuatro hasta que la enseña), en la que seis de sus característicos cantos rodados se muestran junto a una decena de, llamémosles, cuadros en papel de algodón.
Sorprende algo menos cuando se conoce la trayectoria de Bañuelos. "Yo empecé siendo pintor", explica, " y la pintura me permitió hacer muy rápido el camino de la figuración a la abstracción. Muy pronto me crucé con la piedra y durante más de 35 años he sido fundamentalmente un escultor, ahí ha estado mi inquietud, plasmada en centenares de obras. Pero al cabo de 35 años uno también se cansa o simplemente busca trabajar con otros materiales. Al final da lo mismo piedra que algodón que lo que sea, no son sino formas de expresarse".
Ocurre que las décadas de escultura acaban pesando. Bañuelos, uno de los artistas que participaron en el proyecto Meninas Madrid Gallery en 2018, pinta sobre el algodón como un escultor. No solo lo admite sino revela que hay cierta voluntad en ello los hechos de que se refiera a estas piezas como pictoesculturas o las intitule con las iniciales EP (escultura en plano) seguidas de un número.
Hay en ellas un gran peso de lo matérico, empezando por el soporte mismo. El artista elabora él mismo el papel en su estudio con pulpa de algodón consiguiendo diferentes colores y texturas, lo manipula y lo rasga e incorpora lo que llama "materiales de derribo": maderas desechadas, alquitrán, foam... También, algo que Bañuelos expone por primera vez, porcelana cruda, sin cocer, que, moldeada con sus propias manos, adquiere el efecto de folios de papel arrugados o plegados.
Vista de las obras de Bañuelos instaladas en la galería HR Contemporary de Madrid.
Los resultados (entre 3.400 y 6.500 euros) pueden remitir otras veces a elementos arquitectónicos como las saeteras en las murallas de un castillo medieval, una puerta barroca, el skyline de una ciudad o "la fachada de alguno de esos edificios de Nueva York que me fascinan con sus ventanas detrás de cada una de las cuales hay una vida, una historia".
Dialogan estos algodones con esos cantos rodados seccionados tan específicos de Bañuelos (entre 10.000 y 15.000 euros) en los que la rudeza del exterior contrasta con la finura de las caras interiores, pulidas a cristal, hasta hacer de ellos piezas en las que el tacto desempeña un papel tan importante como la vista. "En el fondo es como somos todos", sugiere. "En todos nosotros hay una parte culta y una natural, hay momentos en que somos para ahorcarnos y otras veces somos auténticamente deliciosos, ¿no?, seres casi poéticos. Esa contradicción, creo yo, la arrastramos todos".
Opus 900, de Alberto Bañuelos. Canto rodado, 2013. 46 x 44 x 16 cm. 15.000 euros.
Hay también en esa manera de cortar la piedra una preocupación por cómo entra en ella la luz, una especie de interrogación acerca del secreto milenario de la roca, un deseo de penetrar en ella, en su inmutabilidad, en su permanencia. Uno de los grandes afanes de Bañuelos es, de hecho llevar estas esculturas suyas a la escala de una habitación, hacerlas tan grandes que el espectador se pueda pasear por ellas, entrar literalmente en ellas.
No tiene prisa, nunca la ha tenido. Si algo ha aprendido hablando con la piedra es que también hay que dejar al tiempo hacer su trabajo.